00.24 am. Cierra la puerta con llave, no quiere que la
molesten. Coge papel, un bolígrafo y se sienta en la silla frente al
escritorio. Queda encandilada con la foto de su familia hace uno o dos veranos,
y el recuerdo de esos días casi consigue echarla atrás. Pero luego piensa en
los últimos meses. Piensa en las burlas, las palabras, los golpes. Su vida no
tiene importancia para nadie. Una lágrima cae encima de la hoja de papel. Una
de las miles que ha llorado ya. Eso la hace firme; firme en su decisión, en su
intención de abandonarlo todo.
Aunque sabe que no es el camino correcto, ya no puede
más; está harta de luchar y perder todas las batallas, de sentirse en un mundo
que ya no es el suyo. Aprieta el bolígrafo entre sus dedos y empieza. Escribe
dos líneas, las relee, arruga el papel y lo tira al suelo. Así una, y otra, y
otra vez. Hasta que termina por escribir cuatro líneas, que no resumen ni de
lejos todo lo que puede que le pase por la cabeza.
“Papá, mamá, mi querida hermanita: lo siento mucho pero
ya no puedo más. Lo he intentado todo, aunque parece que ninguno de vosotros se
ha dado cuenta. Ahora, en la oscuridad de la noche, he decidido abandonarlo
todo. Tan solo quiero que no os sintáis culpables, que no me lo hubierais
podido impedir. Simplemente debéis saber que os quiero. “
Dobla el papel, lo pone dentro de un sobre y le echa su
colonia favorita. Encima de la mesa deja también su medallita de oro de
bautizo, juntamente con la muñeca que su hermana siempre le quitaba. Solían pelearse
por ella años atrás; ahora que ella va a desaparecer la muñeca tendrá que ser
su compañera de viaje.
Se levanta y se desviste lentamente; luego se pone el
albornoz de seda que su abuela le regaló por su último aniversario. Cuando
decide que la habitación esta como debería estar, cuando ve que su santuario
está preparado, cierra la puerta tras de sí y entra en el baño.
2.00 am. Abre el grifo de la bañera y deja que el agua
corra. Siempre ha adorado el agua. Cristalina, pura, simple. Todo lo contrario
que su vida. Seguramente por eso le gusta tanto. De pequeña nunca quería salir
del mar, la hacía sentir segura. Aunque los mayores no lo entendieran, el agua
era el único lugar seguro del planeta para ella. Y lo sigue siendo. Por eso ha decidido que si
tiene que consumirse, quiere hacerlo dentro del agua.
Se quita el albornoz y se mete dentro. Coge el bisturí.
Le tiembla la mano, al igual que la voluntad. Pero su vida no le importa a
nadie, así que finalmente lo hace. Ahoga un grito de dolor intenso. Deja el
bisturí en el suelo y cierra los ojos. Un segundo, dos segundos, tres, cuatro.
La sangre corre por el agua. La vida se le escapa. Pero no le importa. Se
relaja y se transporta a años atrás, cuando todo estaba bien. Con esa imagen,
se duerme para siempre.
8.15 am. Su madre cree que se ha dormido, por lo que
llama a su habitación. Nadie responde, así que entra. No para atención a lo que
hay sobre la mesa, como no la ve en la cama va directamente al baño a darle los
buenos días. Llama también pero otra vez nadie responde. Termina por abrir la
puerta. Chilla y cae al suelo. Su padre
sigue el grito, y en entrar se queda atónito. Es su pequeña. Llama al 112,
luego abraza a su mujer. Le buscan el pulso a su niña, pero es imposible
encontrarlo.
10.00 am. En la escuela convocan una reunión de alumnos
urgente, en la que hablan de la muerte de una compañera. La gente entra en
shock; sus compañeros de clase se sienten más culpables que nuca, unos por
atacarla y otros por no evitarlo. Chicos y chicas lloran por la pérdida de una
chica a la que ni siquiera habían intentado conocer, les bastaba con verla
sufrir. Pero en el fondo nunca habían querido que esto llegase a tanto. Hasta
los profesores se maldicen a sí mismos por no haberse dado cuenta de que ella
hacía tiempo que no estaba realmente en las clases, no por su desinterés sino
por sus daños interiores. La escuela entera se da cuenta de lo que pasaba pero
nunca habían querido ver.
18.00 pm. Los padres tienen que decirle a la pequeña que
su hermana mayor no va a volver, que su heroína ha partido hacia un lugar del
que jamás no regresará. Se tira en la cama. Llora. Maldice el mundo con palabras
de una niña de ocho años. Abraza la muñeca que ella le ha dejado y no vuelve a
soltarla, por miedo a que desaparezca como su antigua ama.
Un año más tarde, la gente aun no lo ha superado del todo. Rabia.
Pena. Culpa. Rabia. Culpa. Culpa. Sus antiguos compañeros han quedado marcados
por su falta de humanidad. Los nuevos en la escuela han aprendido una lección
de por vida; nadie más va a sufrir cómo ella, no van a permitirlo. Su madre no
ha conseguido aun entrar en la antigua habitación, su padre se sigue culpando
por no haberse dado cuenta antes de lo que pasaba. Y queda su hermanita,
que sigue llorando y aferrándose a la
idea de que un día su heroína va a volver.